1. La observación de los comportamientos musicales como práctica de supervivencia y superación de conflictos.
Si compartimos con Levi-Strauss la idea de que "como las matemáticas o la música, la etnografía es una de las raras vocaciones que puede descubrirse en uno mismo aunque no nos haya sido enseñada" (1955:57), tal vez la actividad investigadora de los viajeros por el mundo, de unas y otras culturas, podría ser hoy tenida en cuenta. No obstante, es cierto que son muchos los problemas que esta consideración ofrece para ser valorada como antecedente de lo que hoy entendemos como antropología de la música o etnomusicología. Entre ellos se encuentra tanto la enorme distancia que nos separa de sus metodologías de trabajo como los condicionamientos a que están sujetas sus observaciones, la manipulación de sus discursos, sus silencios intencionados, los prejuicios consustanciales a su educación en la metrópoli y, quizá y de modo especialmente fundamental, el horror a colaborar con su estudio a la justificación de teorías que defienden el nacimiento de estas ciencias como desarrollo lógico del colonialismo occidental. (Monge,1989:57) (1).
Es indiscutible la relación temporal y circunstancial de estas áreas científicas con los procesos coloniales (Leclerc, 1972). La Historia Occidental en todas sus épocas ha mostrado hasta el momento una inquebrantable incapacidad para suprimir sus inclinaciones dominadoras, de uno u otro carácter, sin que sea posible a menudo distinguir, en las ciencias sociales, su alejamiento neutral de tales procesos y de sus significados epistemológicos. De todos modos, la naturaleza de la inquietud que lleva al hombre a tratar de comprender el mundo en que vive parece poder autoexplicarse más allá de sus concretas e innegables adaptaciones y contribuciones a las políticas de expansión colonial. (Popper, 1973).
Quizá sea necesario aceptar que la separación del estudio de la etnomusicología del resto de los estudios etnográficos o antropológicos -así como de los musicológicos desde Guido Adler (1885: 14) a nuestros días-, no ha podido contener la floración, entre los investigadores, de planteamientos en referencia al pasado o al presente colonial. Sin embargo, podría decirse que la controversia en este plano ha colaborado al desarrollo de sus métodos de estudio. A este respecto, algunos investigadores de Suramérica cuyos pueblos sufrieron el quebrantador impacto de la colonización española, defienden hoy justamente, en consecuencia, una convergencia disciplinaria que, a través de una nueva "Antropología de la Música" (Grebe Vicuña: 1993) o de una "Musicología Integrada" (Waisman: 1993), les permita devolver la vinculación del conjunto de sus repertorios musicales a la íntima relación con el medio social, económico y cultural que les es propio, tanto en sus dimensiones de presente como de pasado (Merino, 1973:1746).
Volviendo a los escritos de los que aquí nos ocuparemos, el carácter globalizador con que en ellos se tratan los comportamientos musicales no parece constituir, por otra parte, una consistente razón para considerarlos incluso, desde una perspectiva evolucionista, como un estadio de conocimiento primitivo, aunque tampoco, por el contrario, para hacer de ellos el directo resultado de un "impulso científico" con que suele reconocerse, de modo "mítico," este período de la historia de Occidente.
La historia de la antropología, como señala James A. Boon , no requiere de las envidiosas comparaciones entre épocas, del mismo modo que tampoco necesita de las comparaciones discriminatorias entre culturas (1993: 49). El hecho es, sin embargo, que los motivos que impulsaron a algunos misioneros, comerciantes, militares o científicos y músicos a iniciarse en la inevitable "observación prejuiciada" pudieron convivir y complementarse con intereses más específicos de utilidad práctica al servicio de la consecución de ventajas de poder sobre los pueblos (conquistados o visitados) tanto como del logro de su propia supervivencia entre ellos .
Bajo una situación de considerable deficiencia de intercambios lingüísticos, la palabra, el canto, el gesto, la imagen corporal, la danza, son valorados por estos navegantes como fundamentales instrumentos de información, y tan estimables como el reconocimiento de pájaros para adivinar la tierra firme. En este sentido, el interés por lo que hoy denominamos "paisaje sonoro" se convierte para estos hombres, como lo era para las gentes que visitaban, en una fundamental preocupación no siempre bien interpretada. Atentos desde el mar al entorno sonoro de aves que les orientaban sobre las tierras que bordeaban, los hombres que acompañaron a Cristobal Colón en su primer viaje pasaban el día y la noche oyendo pájaros, identificando sus tipos y determinando sus direcciones:
"Vinieron a la nave dos alcatraces y después uno más lo que fue señal de estar cerca de tierra. Tomaron un pájaro con la mano que era como un "garjao"; era pájaro de rio y no de mar y los pies los tenía como los de una gaviota. Vinieron al navío, amaneciendo, dos o tres pajaritos de tierra cantando y después, antes de que saliera el sol desaparecieron. Después vino un alcatraz, venía del noroeste e iba al sudeste, que era señal de que dejaba la tierra porque estas aves duermen en tierra y por la mañana van a la mar a buscar su vida y no se alejan veinte leguas " (Colon, 1995: 103) (2).
Esta actitud de dependencia, la misma que los hombres de muy diversas culturas (incluida la occidental) han experimentado en relación al canto de los pájaros, organizando mitos y ritos en torno a su existencia (como Feld ha tratado en otra parte; ver Steven Feld: 1994), resulta constante en estos navegantes para quienes ciertas especies de aves conocidas en la metrópoli no estaban tampoco exentas de significados (Labajo:1984). Nada tiene por tanto de singular que el franciscano Bernardino de Sahagún se ocupara de los agüeros del "oacton", del búho o de la lechuza entre los indios de Nueva España (1990, 313-318). Del mismo modo y bajo las mismas inquietudes, la observación de la expresión de los cantos y la coordinación con que se ejecutan las danzas entre los "naturales" de las Islas Australes a su llegada no son elementos despreciables para quienes, como Fernández de Quirós, se valen de ello para medir la capacidad organizativa -y, consecuentemente, defensiva- de sus anfitriones: "...y por las mañanas y tardes, todos a una voz, hacían un rumor sonoro y concertado que retumbaba por las quebradas y se respondían a gritos" (1989:79) (3).
Pese a los márgenes de error que la observación distante conlleva, no existen para viajeros y autóctonos muchas más alternativas. Los Indios Náhuatl de Nueva España trataban también de explicarse, igualmente y de acuerdo a las crónicas, la naturaleza de los primeros franciscanos llegados a Tlaxcala en 1524 a través de la apariencia de sus ademanes sonoros durante el rezo: "Estos pobres deben de ser enfermos o estar locos -transcribe el cronista local Muñoz Camargo (Muñoz Camargo,1981: 165)-, dejadles vocear a los miserables; dejadles estar, que pasen su enfermedad como pudieren, no les hagáis mal,...y mirad, si habéis notado, cómo al mediodía, a media noche y al cuarto del alba...dan voces y lloran."(4). Puede considerarse, por tanto, que la preocupación global por el gesto sonoro -atenta a lo singular y minucioso de los detalles- constituyó para visitantes y visitados una de las primeras y más significativas fuentes de mutuo conocimiento.
Aunque un espacio de dos siglos separa la actitud bélica de la "Conquista de las Indias" de las "expediciones científicas" del siglo XVIII, -más "diplomáticas", aunque igualmente imperialistas en sus últimos objetivos-, esta actitud observadora permanecerá como medio de superación de conflictos durante los primeros encuentros, hasta el punto de provocar, en ocasiones, una actitud participante por parte de los españoles. Así, durante la expedición dirigida por Malaspina, navegante italiano al servicio de la Corona Española, tras resolver un enfrentamiento con la población del puerto de Mulgrave, -por causa similar a la que dio fin a la vida del Capitán Cook en las islas Sandwich-, el cronista comenta (Tova Arredondo: 1791a: 10) : "las gentes de ambas corbetas accedieron a cantar la paz, al igual que los naturales que lo hacían desde la orilla opuesta, lo que a juicio de Malaspina produjo un agradable estruendo repetido en ambos buques y en tierra, no falto de cierta armonía y acompañado de la acción expresiva de los brazos abiertos" (5).
El propio Tomás de Suria, uno de los pintores de escenas y retratos que acompañaba a la expedición, contribuiría a confirmar esta actitud de cooperación "a su pesar" desde un plano que, como en el caso anterior, muestra los claros temores habidos por mantenerse a salvo y su modo de resolverlos a través de lo que se podría denominar una "participación-distante": "...lo hicieron sentarse (luego de haber intentado bailar con ellos en un círculo que hacían a su alrededor) y a la fuerza le obligaron a cantar su misma canción, haciéndole gestos y ridiculizándole. Suria, desentendiéndose de la realidad, gritó más fuerte, imitando las mismas contorsiones y gestos de los indígenas, lo que les gustó mucho, y con astucia les ganó la voluntad" (Fernández,1939:10) (6). Sin duda la narración no puede ser comprendida sino a partir de la existencia de todo un legado literario basado en torno a la invención de un arquetipo de "salvaje", de extrañas y peligrosas costumbres, que inducía a los viajeros a recrear su momento presente bajo un complejo e indefinido imaginario que se concretaba, incluso, en las propias órdenes, dictadas por Malaspina, de extremar precauciones ante la presencia de "naturales inmediatos" (7).
A partir del análisis de las actitudes que muestran estos relatos, podemos reconsiderar algunas cuestiones. Dado que la observación no puede ser entendida como un comportamiento marginal a la dependencia de preconceptos, (cada cultura, cada época y cada individuo tiene los suyos) y que el conocimiento no es siempre el resultado de un acto de curiosidad voluntaria, cabe reflexionar sobre la existencia, en ciertas circunstancias, de un aprendizaje "de urgencia" que podría llegar a imponerse al hombre por encima de sus propios designios y presupuestos culturales.
En este sentido, parece claro que, en los escritos de los primeros conquistadores como en los de las expediciones del colonialismo comercial de siglos posteriores, no existe un afán de conocimiento de los comportamientos musicales independiente del carácter político-económico del viaje. Sin embargo, la observación de los caracteres del canto de los pueblos visitados no deja de ser atendida cuidadosamente como medio de reconocimiento de la disposición que los indígenas guardan frente a los españoles. Colón llega a utilizar el término de "son" para identificar en un solo término y significado tanto el concepto de expresión musical de sentimientos como el de actitud y gesto , del mismo modo que Suria intentará describir el canto de los pobladores del puerto de Mulgrave en la pretensión de traducir su ánimo interior (8).
La atención por la descripción cuidada de los acontecimientos musicales, desde la perspectiva de su propia seguridad, no tiene utilidad para los primeros conquistadores, aunque, posteriormente llegue a ser primordial entre los misioneros y el resto de los colonizadores establecidos en América; Para quienes, sin embargo, el uso de toda esta información se mostraba claramente útil era para los expedicionarios ilustrados que, no permaneciendo mucho más que los conquistadores en los parajes recorridos, intentaban obtener a su paso informaciones que podrían resultar vitales para el futuro comerciante que visitase aquellas tierras (9). No es casual que la mayor parte de las partituras realizadas, que han llegado hasta nosotros, estén en relación con un repertorio de himnos de paz o de cantos de hostilidad a la dominación extranjera .
La estampa del viejo combate entre Orfeo y Dioniso, con que Fubini ha descrito una buena parte de la historia de la música europea (1976), parece poder resistir su aplicación a la lectura de diacronismos, en este contexto, más allá del Continente. La obsesión por el dominio del mundo a través del testimonio de la palabra, tanto en las ceremonias de posesión en la Europa de los conquistadores del "Nuevo Mundo" (Seed: 1995) como en las recopilaciones de vocabularios de los ilustrados, denota un rasgo permanente de identidad de los europeos que, sin embargo, en la superación de altercados se demuestra escasamente útil. La mayor parte de las intimidaciones entre pueblos y navegantes tienen lugar en la arribada a puertos y playas, donde la expresión sonora resulta indiscutiblemente más eficaz que el discurso de la palabra. De este modo, parece hacerse evidente, -a la vista de una lectura indirecta de los diarios de los expedicionarios-, que, al menos para el siglo XVIII, las poblaciones de algunas de las costas más visitadas por los europeos tenían ya establecido un ritual sonoro de tratamiento diplomático específico para con ellos.
A la vista del restringido marco de uso colectivo de expresiones musicales con que los europeos se presentaban ante los hombres de otras culturas, como las de las costas del Atlántico y el Pacífico, cabe comprender que la referencia a la música, en estas situaciones de superación de enfrentamientos, tuviera que desarrollarse fundamentalmente sobre el repertorio explicitado por las comunidades residentes . El lote de objetos preparado como obsequio para el establecimiento de relaciones de hospedaje y pago de informaciones no podía sustituir, frente al fracaso de las relaciones de convivencia, la ausencia de signos que pudieran demostrar, de algún modo, el ánimo de compartir los sentimientos de respeto por los hombres y las tierras en que recalaban.
En consecuencia, dado que la confección de la memoria oral o escrita se construye principalmente a partir de lo inhabitual más que de lo habitual, resulta interesante constatar la frecuencia con que en situaciones de peligro y resoluciones de "paz" aparecen en estas narraciones referencias a la expresión musical "del otro". La duda interpretativa frente a su significado, al tiempo que el reconocimiento de la necesidad de establecer un diálogo cultural, llevará a los expedicionarios a ensayar respuestas equivalentes e improvisadas a partir de canciones populares (10). El propio carácter inusual de estos gestos por parte de los navegantes, corrobora la lógica de su presencia en los diarios. La introducción circunstancial de nuevas actitudes en los comportamientos musicales, como resultado de la experiencia del viaje, es un hecho que aumenta proporcionalmente con el alejamiento temporal de la metrópoli. Una otra historia se inscribe en el espacio cultural de esta diáspora europea paradójica, dependiente y subordinada en sus discursos y en su representación política a los designios de la Corona, pero cuyas transformaciones y transgresión de actitudes se ponen de manifiesto a la búsqueda de sus propias experiencias individuales y de su supervivencia en un nuevo contexto.